¿Cuándo llegaron los gitanos a España?
El origen de los gitanos españoles está envuelto en una serie de mitos que hoy intentaremos aclarar.
En esta fecha, el 22 de noviembre, se celebra el día de los gitanos andaluces, que nos remonta al año 1462, momento en el que se documentó por primera vez la presencia gitana en Andalucía. La historia de los gitanos en España es realmente fascinante; de hecho, el doctor en geografía e historia, Manuel Martínez, la describió como la “historia de lo invisible” durante una exposición en la fundación del Secretariado Gitano, donde se evidenció que siglos de convivencia parecían haber sido ignorados por la historia oficial.
Pero, ¿cuándo y cómo llegaron los gitanos a España? Para ser precisos, debemos señalar que los gitanos arribaron a estas tierras antes de que España existiera como tal. Los primeros registros fiables se remontan al siglo XV, cuando tanto Castilla como Aragón fueron testigos de la llegada de diversas familias que eran completamente exóticas para su época y cuya identidad sigue siendo incierta.
En 1415, se documentó un grupo de peregrinos provenientes de la India Mayor (Indie Majoris) que pedían permiso en Aragón para peregrinar por la península ibérica. Sin embargo, aunque estaban liderados por un tal Tomás, hijo de Bartolomé de Sanno, no pueden ser considerados gitanos, ya que en ese entonces se les describía como etíopes, entendiendo que Etiopía formaba parte de la India.
Una década después, el 12 de enero de 1425, el rey de Aragón, Alfonso el Magnánimo, firmó un salvoconducto destinado, esta vez sí, a quienes parecen ser los primeros gitanos en la península ibérica. Este primer grupo estaba encabezado por “l’amat e devot nostre don Johan de Egipte Menor”, un egiptano que, aunque suene similar, no debe confundirse con un egipcio, puesto que Egipto Menor no se refiere al país de los faraones.
Contrario a lo que dice la tradición popular, los gitanos no llegaron a España a través del Nilo, sino más bien desde las actuales Grecia o Turquía. En estos países, especialmente en la península del Peloponeso y en Anatolia, existían regiones llamadas Egipto Menor o pequeño Egipto debido a sus relaciones comerciales con Alejandría.
Según la crónica renacentista “Hechos del Condestable Don Miguel Lucas de Iranzo”, los gitanos llegaron a la península ibérica en un estado de penitencia porque “sus territorios habían sido conquistados y destruidos por el Gran Turco; y porque, tras ser conquistados, parece ser que negaron nuestra fe, andaban por todos los reinos y provincias de la cristiandad, por mandato del Santo Padre”.
Quizás por el exotismo que rodeaba a los primeros gitanos, se generaron diversos mitos, como la idea de que sus líderes eran aristócratas (el conde don Martín, el duque Andrés, Juan de Aralles, conde de Grecia…). Además, hay historiadores como Robert Plötz que consideran que toda aquella peregrinación era una gran farsa para obtener salvoconductos de los diferentes monarcas hispanos. Sea como fuere, lo cierto es que se les permitió viajar por la península ibérica hasta bien entrado el reinado de los Reyes Católicos.
Por ejemplo, fueron vistos en Santiago de Compostela en 1435, en Barcelona en 1447, en Jaén en 1462, en Burgos en 1475, y en Madrid en 1483, dejando un rastro en numerosas ciudades donde los consejos locales dejaron constancia de su presencia.
Con el paso del tiempo, el exotismo fue desvaneciéndose, y es notable cómo se pasó de expresiones grandilocuentes como “maravillándose mucho de su gran liberalidad” (en 1462) a simples referencias como “los de Egipto” una década después. Este continuo transitar parecía ocultar una vida de nomadismo que no agradaba al gobierno, que desde los Reyes Católicos los condenó en múltiples ocasiones. Es en la Real Pragmática de 1783 donde se precisó el verdadero peligro que un grupo así podía representar:
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“Forman una especie de república dentro del mismo Estado; se gobiernan según sus usos y caprichos particulares, utilizan vestimenta y lengua que los distingue del resto de vasallos y naturales”.
Una lengua, el caló, que curiosamente ha ido integrándose en el castellano, haciendo que todos los españoles seamos un poco gitanos cada vez que decimos que nuestro “curro” nos “mola” o cuando algo nos da “canguelo”, evitando que se nos note haciendo un “paripé”.
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